
– Te agradezco muchísimo tu
hospitalidad – dijo el ratón de ciudad – pero me sorprende que seas feliz con tan
poco. Me gustaría que vinieras a mi casa y vieras que se puede vivir más
cómodamente y rodeado de lujos. A los pocos días, el ratón de campo se fue a la
ciudad. Su amigo vivía en una casa enorme, casi una mansión, en un agujero que
había en la pared del salón principal. Todo el suelo de su cuarto estaba
enmoquetado, dormía en un mullido cojín y no le faltaba de nada. Los dueños de
la casa eran tan ricos, que el ratón salía a buscar alimentos y siempre
encontraba auténticos manjares que llevarse a la boca.A hurtadillas, ambos se
dirigieron a una mesa gigantesca donde había fuentes enteras de carne, patatas,
frutas y dulces. Pero cuando se disponían a coger unas cuantas cosas, apareció
un gato y los pobres ratones corrieron despavoridos para ponerse a salvo. El
ratón de campo tenía el corazón en un puño. ¡Menudo susto se había llevado! ¡El
gato casi les atrapa!– Son gajes del oficio – le aseguró el ratón de ciudad –
Saldremos de nuevo a por comida y luego te convidaré a un gran banquete.Así fue
como volvieron a salir a por provisiones. Se acercaron sigilosamente a la mesa
llena de exquisiteces pero ¡horror! … Apareció el ama de llaves con una gran
escoba en su mano y empezó a perseguirles por toda la estancia dispuesta a
darles unos buenos palos. Los ratones salieron disparados y llegaron a la cueva
con la lengua fuera de tanto correr.
– ¡Lo intentaremos de nuevo! ¡Yo
jamás me rindo! – dijo muy serio el ratón de ciudad.
Cuando vieron que la señora se
había ido, llegó el momento de salir de nuevo a por comida. Al fin consiguieron
acercarse a la mesa no sin antes mirar a todas partes. Hicieron acopio de
riquísimos alimentos y los prepararon para comer.Con las barrigas llenas se
miraron el uno al otro y el ratón de campo le dijo a su amigo:
– Lo cierto es que todo estaba
delicioso ¡Jamás había comido tan bien! Pero voy a decirte algo, amigo, y no te
lo tomes a mal. Tienes todo lo que cualquier ratón puede desear. Te rodean los
lujos y nadas en la abundancia, pero yo jamás podría vivir así, todo el día
nervioso y preocupado por si me atrapan. Yo prefiero la vida sencilla y la
tranquilidad, aunque tenga que vivir con lo justo.Y dicho esto, se despidieron
y el ratón de campo volvió a su modesta vida donde era feliz.
Moraleja: si
el tener muchas cosas no te permite una vida tranquila, es mejor tener menos y
ser feliz de verdad
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